Un mundo en el cual la urbanización crece es un mundo más insustentable. Las ciudades crecen como consecuencia directa de la productividad agrícola, el uso de los combustibles fósiles y la externalización de los costos ambientales. El efecto se potencia cuando se instala un modelo agrícola concentrado que expulsa a la población activa hacia las conurbaciones.
Desde un punto de vista termodinámico, una ciudad se comporta como un sistema que ingiere enormes cantidades materiales y energéticas, ya sea en la forma de calorías alimentarias o fósiles, y excreta enormes cantidades de basura, calor y emisiones gaseosas. Pasamos así de un nivel de baja a otro de elevada entropía. Como se trata de un sistema abierto, el crecimiento urbano descontrolado altera enormemente el uso del suelo y se incrementa el flujo de energía y materiales aún más, a tasas inimaginables, haciendo que los indicadores ambientales negativos se disparen y se produzca una distorsión en la interpretación de esos datos, ya que muchas veces ciertas zonas metropolitanas mejoran aparentemente su calidad de vida mientras las periferias empeoran.
Lo anterior explica someramente el comportamiento material y energético del sistema urbano, pero a eso hay que sumar las alteraciones en las tensiones sociales y psicológicas a la que se someten sus habitantes. En palabras del reconocido sociólogo inglés Anthony Giddens, “el ser humano viviendo en un medio casi totalmente artificial, pierde contacto y conocimiento de la naturaleza. Las consecuencias culturales y psicológicas de la disolución del contacto cotidiano con la naturaleza producen un vacío y una desorientación psicosocial que conducen a la individualización, la alienación y la fragmentación social”.
De manera simultánea a la creciente urbanización, el número de campesinos tradicionales en el mundo decrece a tasas aceleradas nunca antes vistas, y junto a su desaparición y la de sus familias, también desaparece su conocimiento agroecológico y su capacidad de innovación. En ese sentido se subraya la importancia del acceso a las tierras públicas improductivas por parte del campesinado, en un marco jurídico de una reforma agraria ecológica que también contemple la cuestión del hábitat y la formación de nuevas colonias agrícolas dispersas en el territorio, bajo las posibles diversas asociaciones de Estado, movimientos sociales, ONG y actores privados. Retomaré este punto más adelante.
Volviendo al análisis de la (in)sustentabilidad urbana, sería conveniente rescatar la visión ecológica del escocés Patrick Geddes (1854-1932) y más tarde en Estados Unidos en la obra de Lewis Mumford (1895-1990). Ambos compartían la creencia de que el progreso social y la forma espacial están relacionados. Por tanto, al cambiar la forma espacial se podía cambiar la estructura social.
Muy posteriormente se diseñaría una herramienta para medir la insustentabilidad urbana de manera analítica: la “Huella Ecológica” desarrollada por W. Rees y M. Wackernagel (1996) que no representa un índice numérico aislado sino que por el contrario representa una manera integral de considerar al mismo tiempo valores monetarios y los indicadores físicos y sociales de la insustentabilidad, dentro de un marco multicriterial.
Vemos como convergen simultáneamente dos cuestiones: la desertificación social del campo y el crecimiento descontrolado de las ciudades con todos sus impactos negativos.
Ya en 1900 Ebenezer Howard (1850-1928) proponía el modelo de las “ciudades jardín” para frenar con cinturones verdes el crecimiento descontrolado de las conurbaciones y esto iba en línea con las ideas de planificación regional de Mumford. Pero la idea de Howard de las “ciudades jardín”, o más bien su terminología, fue utilizada frecuentemente en sentido totalmente contrario para justificar el asentamiento de zonas residenciales suburbanas de clase media alta, por lo que Mumford sugiere sustituir el término “ciudad jardín” por “ciudad regional”, en referencia a la idea de una relación equilibrada con la región, sostenidas por su industria local, con una población permanente con densidad limitada, en terrenos públicos rodeados por áreas de campo dedicadas a la agricultura, el descanso y el trabajo rural.
Mumford escribe en 1956: “la propuesta de Howard reconoció los fundamentos biológicos y sociales, junto con las presiones psicológicas, que subyacen en la tendencia actual hacia los suburbios (…) (él propuso) la nueva clase de ciudad a la que llamó “ciudad jardín”, no tanto por sus espacios internos abiertos, los cuales se acercarían a una sólida norma suburbana, sino porque sería ubicada en un entorno rural permanente (…) haciendo del área agrícola cercana una parte integral de la forma de la ciudad. Su invención de un cinturón verde, inmune a la construcción urbana, era un instrumento de política pública para limitar el crecimiento lateral y mantener el equilibrio urbano-rural.”
Mumford fue el autor ecologista más importante de su época y su tema fue la ecología de las ciudades, en la misma línea que Geddes y Howard. Su pensamiento y su obra se destacan por la profundidad y coherencia, pero su simpatía por la obra de Kropotkin y el anarquismo lo aislaron de las corrientes políticas de su tiempo.
Finalizando mi argumentación en relación a la insustentabilidad de las ciudades de gran escala, ha sido demostrado en la historia de la modernidad que no es posible una tendencia urbana hacia una producción endógena de energía sustentable ni hacia una menor producción de residuos materiales. Cuando eso “aparentemente” sucede, se debe a que las externalidades negativas han sido desplazadas a otros lugares por los cambios de escala. Si una ciudad crece indefinidamente y es capaz de captar más energía, no se debe a una cuestión natural sino a su poder político.
Lo anterior pone en evidencia que solo una actitud política es capaz de revertir esta tendencia y encausar las nuevas tensiones demográficas hacia otras formas de equilibrio poblacional y productivo.
Es aquí donde aparece la propuesta de crear nuevos modelos de colonias agroecológicas multifuncionales por todo el territorio nacional, sean estas originadas desde iniciativas estatales, privadas o sistemas mixtos. En su génesis está la necesidad de una nueva planificación poblacional y productiva descentralizada y con capacidad de autosustentabilidad económica, social y ambiental; la garantía al acceso de tierra, techo y trabajo; contraponer el arraigo al desarraigo y la formalización de nuevas formas culturales que garanticen una fuerte identidad con el territorio.
Dicha aproximación requiere una alta y meticulosa planificación legitimada por las nuevas necesidades sociales y una fuerte convicción política por parte del Estado.
Esa complejidad donde intervienen múltiples actores y múltiples variables solo puede ser abordada por un enfoque interdisciplinario, donde los planificadores diluyen sus fronteras disciplinares y convergen en una aproximación holística de la problemática. Según el epistemólogo Rolando García “se trata de problemáticas complejas donde están involucrados el medio físico-biológico, la producción, la tecnología, la organización social y la economía. Tales situaciones se caracterizan por la confluencia de múltiples procesos cuyas interrelaciones constituyen la estructura de un sistema que funciona como una totalidad organizada, a la cual hemos denominado sistema complejo.”
Las nuevas “colonias agroecológicas” no son otra cosa que el desarrollo de formas productivas y sociales ya comprobadas en todas las épocas y en todas las culturas, con la novedad de la planificación anticipada y una nueva actitud ecológica no solo en la calidad de los alimentos producidos sino también en el hecho de reducir al mínimo el transporte y sus emisiones, aumentar las cadenas de valor y generar un precio justo y conveniente tanto para el productor como para el consumidor, evitando así la especulación del acopio y la intermediación.
Esta reforma agraria integral es un instrumento de equidad y redistribución de la riqueza y viene a corregir de manera secundaria otros graves problemas históricos del país como la extranjerización de las tierras, la concentración de las mismas, la sobre explotación del recurso suelo, la contaminación de los acuíferos y la pérdida de biodiversidad.
El nivel de población urbana en Argentina es cercano al 90% lo cual constituye un grave error estratégico que de ser sostenido en el tiempo tendrá consecuencias irreversibles. Es ahora el tiempo de reconvertir esta situación lamentable, potenciada por un contexto de pandemia y una recesión económica global que recién comienza. El Estado debe orientar su visión estratégica a largo plazo y reconvertir el potencial productivo del país hacia una estructura descentralizada, sustentable y equitativa, con proyecciones a convertirse en un nuevo actor del orden global.
La Argentina presente hereda conflictos ambientales históricos consecuencia de una pésima gestión de los recursos naturales, y dentro de esa diversidad de conflictos, el principal es por el acceso a la tierra, por eso hoy más que nunca resulta imprescindible suministrar a los pueblos rurales existentes y a las nuevas colonias agrícolas todos los elementos materiales, proyectuales y jurídicos para la reconversión productiva.
Pero la historia política de la humanidad pone en evidencia que muchas veces los gobiernos no poseen la suficiente vocación o firmeza para cambiar las estructuras establecidas, generalmente por una simple y obvia razón: dejar que los ciudadanos logren su propia autonomía relativa a alimentos, energía y hábitat, es perder el control económico y político sobre ellos.
Los sistemas de gobiernos muchas veces comparten (más allá de sus ideologías) algunas características en común como: accionar según sus propios intereses, pragmatismo económico, creencias preestablecidas, teorías imprácticas y un poder concentrado en grupos minoritarios. Eso conduce inevitablemente a un comportamiento competitivo que derrama de arriba hacia abajo.
En dichos casos, debemos nosotros los ciudadanos, empoderarnos legítimamente y alejarnos intencionalmente de las distantes estructuras de poder, propiciar una democracia más horizontal y directa con el eje puesto en la regionalidad, que bien entendida se transforma en bio-regionalidad.
Ese entendimiento de que una determinada escala espacial posee determinadas limitaciones físico-biológicas permite una economía más sana que deriva en una mayor estabilidad fiscal y termodinámica. La estrategia aquí es el desarrollo de un mosaico de pequeños, bien administrados y efectivos sistemas autogestivos descentralizados.
Por otro lado, la escala temporal nos dice que solo es viable pensar un comportamiento de largo plazo, planes estructurales que escuchen a todos sus actores con sus necesidades y que se encuadren en una ética administrativa con énfasis en el cuidado ambiental y el legado a las generaciones futuras.
La idea de organización bioregional como unidad administrativa y económica tiene como consecuencia una mayor estabilidad del sistema como un todo. Muchas veces esa aproximación bioregional se ve expresada con referencia a una cuenca fluvial, otras veces por similitudes productivas y culturales. Los principales beneficios de corto y largo plazo son: minimización de la burocracia, mayor ética administrativa, economía menos dependiente de los procesos externos, soberanía alimentaria, fuentes de trabajo, disminución del transporte, identidad cultural y un mayor cuidado de los ecosistemas locales. Esta profunda reconversión territorial generará un triple beneficio estructural: reactivación de la economía, generación de empleo y calidad ambiental.
Se perfila así un nuevo modelo de desarrollo que aspira a mejorar la calidad de vida y el bienestar humano, sobre la base de recursos propios y el protagonismo de la propia gente basado en la participación directa, con soluciones innovadoras que emanen de abajo hacia arriba.
La descentralización no solo es competente a la pequeña o mediana escala territorial, sino que por el contrario se transformará inevitablemente en la nueva regla del juego internacional, con países centrales con una alta dependencia externa en materia energética y agrícola, solo podemos imaginar hipótesis sobre las próximas configuraciones globales.
Entender que aquí lo endémico no es un virus, sino una crisis estructural histórica que la pandemia solo viene a develar con toda su crudeza, es también entender que las soluciones más viables pasan por reducir las perturbaciones exógenas, generar unidades administrativas más fáciles de manejar y garantizar la seguridad en materia de alimentación, salud y empleo.
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Información complementaria
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