“Cuando un gobierno da piedra libre a la Policía para que haga lo que quiera, se pone difícil la vida, pero especialmente la vida de ustedes” – Indio Solari. Carta a Ezequiel Villanueva Moya e Iván Navarro, de la Villa 21 torturados por efectivos de Prefectura.
Emergencias en seguridad pública y legitimación de la violencia
El Presidente legitima la violencia mediante palabras del sentido común, propias de su estilo, como si fuera el comentario de un vecino en la verdulería de la esquina. Toma la posta y se expresa sobre la muerte, sobre la violencia y le habla al poder judicial “que lo libere y lo mande a la casa porque es una persona querida y sana” refiriéndose al carnicero que mato a un supuesto ladrón. En este sentido estamos en un serio problema para la democracia y la convivencia ciudadana, ya que se pone a la vanguardia de la violencia social. Se invisibiliza el crimen y se va generando una frontera porosa entre víctima y victimario, y hasta se invierten. Presentado desde los medios de comunicación la cuestión es clara, si mato pero es médico no es victimario porque matar es cuestión de clase social. La frase de la Ministra Bullrich deja en claro como están actuando y cuál es el mensaje a la sociedad “No nos confundamos, acá la única víctima es el médico”
El investigador Esteban Rodríguez Alzueta manifiesta que “este es un caso atípico, distinto al resto de los homicidios, donde los victimarios son los malvivientes, violentos o delincuentes, gente promiscua y temida por la sociedad. Como el joven embestido por el carnicero, que terminó debajo de su camioneta, el ladrón, un enemigo de la sociedad”. “Otra vieja teoría que seguramente nunca leyó el Presidente, pero que forma parte de la batería de ideas-fuerza que definen a la elite en el gobierno: un enemigo es aquel que habla un idioma extraño. No se puede dialogar con él porque su mundo resulta ininteligible. De allí que lo que corresponde hacer es la guerra de policía”.
Esta reivindicación de la violencia tal vez pueda tener un efecto multiplicador, pero lo que seguro hace es aumentar más aún el fascismo social, racial y discriminador que caracteriza a estos tiempos. Se consolida el odio de clase, la distancia social y la grieta se hace más amplia, porque no es contra quien comete un delito, sino con todo aquello que se le parece, que comparte un sector social, un barrio, una estética, una villa. Proponer individuos y grupos como lo “otro”, es una actividad permanente que significa construir un “borde”, un “nosotros” y por lo tanto un “ellos”. De ahí uno podría explicar el auge de la criminalización, de la punitividad social como por ejemplo el linchamiento u otros conatos violentos. Esto también tiene estrecha relación con las fragmentaciones sociales producidas y hay una lucha permanente por definir los contornos, por definir lo que no “somos”; y lo que no somos, es justamente eso, el ellos explica el sociólogo Sergio Tonkonoff.
En este sentido la Antropóloga Rita Segato dice que “una parte de la sociedad comienza a ver que hay un “otro” que debe combatir, y ese “otro” también tiene su “otro”. Para ese entonces la guerra está declarada dentro de un país entre todos sus “otros”.
Esta construcción de antagonismo genera que ciertas muertes sean vistas como probables e incluso necesarias. Hay muertes que no tienen estadísticas y muchos menos tendrán la tapa de un diario, hay muertes que no producen dolor, porque son reducidos a cosas sin valor. La inseguridad que produce la “emergencia en seguridad” no le importa a los medios masivos de comunicación.
Barrios Militarizados.
Un concepto muy trabajado durante el neoliberalismo penal es el de populismo punitivo. En este caso, cómo las empresas de medios producen y reproducen discursos sobre la violencia social. Se alimenta y legitima la acción de casos denominados “justicias por mano propia” es un discurso que sumado los dichos del presidente haciendo referencia que está bien matar, pero si sos bueno, honesto y trabajador. Porque son cosas, no personas, están enfermos y “te matan por un celular”. Macri dice sobre el carnicero que mató a quien le había robado y huyo “Es un ciudadano sano y querido”. El sano que asesina al enfermo que huía luego de cometer el delito. Estos discursos van aumentando las ansiedades punitivas y la muerte se presenta como algo posible, dar muerte no te convierte en homicida si eliminas a un ladrón, no importa cómo y de qué manera, lo que queda claro es que la cuestión de clase resulta fundamental.
Estos discursos vacíos de contenido profundizan la violencia, son un alimento y un motivador para aquellos que vienen pregonando la violencia y los “linchamientos” como forma de “justicia” que colocan como bien superior a la propiedad por encima de la vida humana. La mal llamada “justicia por mano propia” no es otra cosa que homicidios dolosos.
El Estado policial como reproductor de la violencia
La otra faceta es la violencia estatal a través de sus fuerzas de seguridad. El regreso de un Estado policial que violenta y mata, con respaldo político y de la mayoría de los medios. En los sectores populares la violencia del Estado se acentúa. Esta violencia que va desde el vaciamiento de políticas públicas de inclusión social, educativa, de programas de salud y de juventud, hasta la insensibilidad y la improvisación en la implementación de políticas sociales. Se vacían políticas públicas de trabajo en territorios con jóvenes en situación de consumo problemático de sustancias, se deja la fachada y el nombre, pero no los trabajadores/as. Se vacía de contenido y el trabajo del Estado queda como una oportunidad laboral más, sin importar formaciones y concepción de los problemas sociales. El nuevo Estado neoliberal improvisa la cuestión social.
Cuando el Estado social se corre y se aleja de las protecciones queda la puerta abierta a los abusos policiales para controlar y disciplinar a los jóvenes pobres. También para las economías delictivas poder reclutar jóvenes para el delito o el negocio del narcotráfico, amparado por las fuerzas policiales y judiciales. Se multiplican las notas en los periódicos dando cuenta de la vida de los jóvenes, pero nada se dice de las políticas públicas y del achicamiento del Estado. Las escenas de las amenazas y los relatos de las torturas por parte de las fuerzas policiales es una escena habitual y cotidiana en los barrios pobres en esta etapa neoliberal. Los chicos del colectivo de comunicación La garganta poderosa dan cuenta desde su experiencia la violencia contenida y desatada por las fuerzas de seguridad en este video, donde se puede ver y escuchar el relato de los jóvenes torturados, solo por ser pobres.
La cuestión no es la seguridad ciudadana y la “lucha contra el delito”, sino el disciplinamiento social de los jóvenes pobres. No es que esto no sucediera durante el gobierno anterior con la bonaerense o las fuerzas federales, pero no había un discurso que avale y legitime el accionar y había por sobre todo una gran cantidad de políticas públicas muy activas y por lo tanto muchos y muchas personas trabajando en los territorios, aún con dificultades, buscando de manera permanente el acceso a los derechos y su protección. El camino que abre la retirada del Estado social es clara, primero se dice que hay Estado ausente, que había solo delincuencia y narcotráfico, luego entonces se aplica la militarización o ejército de ocupación. En un Twitt del ministro de seguridad C. Ritondo no sólo busca ser efectivista, está relacionada a la concepción de Estado y a la fuerza de la violencia estatal: “Tomamos la decisión política de entrar a las villas, porque el Estado se había alejado: Hicimos 320 operativos con allanamientos en las villas” El estado de excepción se erige como bandera. Ante el aumento desmedido y escandaloso de la pobreza, se confunde un problema de raigambre social, con un problema de criminalidad, y entonces la solución es la violencia estatal.
Ilustración de Ian Debiase.
La operación consiste construir un enemigo que legitime la violencia estatal, que haga que el público común no sienta empatía, lo vea como posible blanco de la violencia policial. Como son los causantes de la inseguridad, hay que controlarlos, encerrarlos y si es posible aniquilarlos. Si se cometen abusos, “y bueno si te matan por un celular, algo hay que hacer”. Los relatos del sentido común penal se mezclan con los relatos del sentido común gobernante, que lejos de ser inocentes avivan fuegos y revanchismos construidos.
Las estrategias de violencia también operan cercando barrios. Por ejemplo en distintos barrios del conurbano son rodeados por policías, provincial, local y le suman las fuerzas federales. Esto aumenta la violencia intrabarrios generando guetos cerrados donde se hace muy difícil entrar pero también muy difícil salir. Se controla desde las madres con sus niños, hasta los jóvenes volviendo de la escuela. Toda una escena de la militarización barrial que pone todo lo que se mueve en la misma bolsa. Los niños y niñas quedan expuestos a situaciones de violencia permanente. ¿Qué subjetividad van formando esos niños y niñas?
Seguiré insistiendo que la militarización de los barrios y la gestión de la seguridad mediante la violencia estatal sólo tienen como correlato una escalada de violencia. Tanto el castigo como la punición selectiva y dirigida a un blanco específico solo reproducen violencia. La sociedad aprende a vivir de forma bélica y reduce sus comentarios a querer matar o desear muerte. Siempre es mejor la eliminación, pero como son pocos lo que se animan por “mano propia” confían en que la policía pueda hacer esa “limpieza social”. La muerte y los homicidios producidos no son más que una expresión de la pasión punitiva anclada en el reclamo de mano dura.
El reclamo de los pibes, por ellos mismos puestos en música:
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