“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. Dirige la agresión hacia sí mismo. Esta agresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”.

Byung Chul Han

La apoteosis de la ciencia y del progreso indefinido ya culmina; la economía a la que el mundo entero se entregó no es más que papel picado; y el ser humano está pronto a descender de su pedestal antropocéntrico.

Y no me estoy refiriendo a la pandemia, sino a dos cuestiones vitales: una material y la otra cultural, me estoy refiriendo al hambre en el mundo y a la nueva re-evolución humana.

Te recomendamos leer previamente:

La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín | Diario El País

No le echen la culpa al murciélago | Diario Página 12

La agroecología en tiempos del Covid-19 | Nexos

Cambio Radical | Documental de Louie Psihoyos para Netflix

Comencemos hablando del hambre en el mundo. Hay enormes promesas de una nueva “agricultura de precisión”, también llamada “Agricultura Inteligente”, la agricultura del siglo XXI según sus promotores. Prometen salvar al mundo del hambre. Promesas vanas que venimos escuchando desde hace 50 años cuando se instaló la Revolución Verde y que solo condujo a más hambre, más desigualdad, más concentración de las tierras y más devastación ambiental.

Estos días, haciendo la huerta, como siempre, pero mucho más concentrado con la tierra, digamos una suerte de práctica mindfulness de horticultura, me puse a reflexionar sobre el tiempo. En agricultura priman dos cosas: el suelo y el tiempo, el hombre solo acompaña, a pesar que nos hagan creer otra cosa.

La cuestión es que el proceso agronómico se apoya en el suelo, es su sustrato. Clavé la pala unos 30 cm y recordé que a la naturaleza le lleva hacer 1 cm de suelo aproximadamente 500 años, por lo tanto enterré mi pala en 15.000 años de tiempo. Y mi pala está hecha de hierro, metal que dominó el hombre para hacer herramientas y labrar el suelo en el siglo XII a.c., o sea unos 3200 años atrás. Lo mismo cuenta para el arado, una sofisticación tecnológica posterior utilizado en Mesopotamia y Egipto. Luego comencé a sembrar con semillas de producción propia, proceso que viene realizando el hombre desde la Revolución Neolítica, hace más de 9.000 años, cuando se produjo la domesticación de las especies vegetales.

Y finalmente, lo más placentero, me puse a regar sobre lo sembrado. Es muy probable que el agua que utilicé provenga de la eternidad, porque las moléculas de agua son siempre las mismas desde el comienzo del planeta tierra, simplemente cambian de estado, pero son siempre las mismas excepto por una pequeña fracción que sufre naturalmente la hidrólisis y se descompone en sus átomos constituyentes, hidrógeno y oxígeno.

Y de repente aparece la agricultura que no alimenta, la Agricultura Corporativa y se autoproclama moderna. Siembra sobre un suelo de 15.000 años, utiliza técnicas de 9.000 años, herramientas de 3.000 años y agua de la eternidad, y se dice a sí misma “Agricultura del Siglo 21”.

Dicha agricultura, corporativa, industrial y extractiva, produce menos de la mitad de las calorías consumidas en la humanidad, utilizando el 75% de todos los recursos agronómicos (tierra, agua y combustibles) y produciendo el 80% de la deforestación global y de la pérdida de biodiversidad. Sobre esta última consecuencia se apoya la hipótesis de cambio climático y aparición de nuevos virus que entran en contacto con la humanidad.

En 2017 murieron 6.300.000 de niños por causas prevenibles, sin embargo nadie proyecta aplanar la curva de las muertes por el hambre.

Por otro lado, la agricultura familiar, despectivamente llamada agricultura de subsistencia o agricultura campesina, alimenta al 70% de la humanidad con el 15% de los recursos agronómicos disponibles a nivel global.

La agricultura de alguna manera define a la cultura. No es casual que la palabra cultura provenga de la palabra cultivo. En ese proceso denominado Revolución Neolítica ocurre la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasó de nómada a sedentaria y junto a la domesticación de las especies vegetales se produjo la domesticación del tiempo. Ya no era necesario salir desesperado a cazar o recolectar, había un programa cultural que permitía almacenar los granos para pasar de la desesperación a la contemplación. Un gran logro cultural, sin duda, que dio origen a todas las grandes civilizaciones de la humanidad, una época de abundancia, desarrollo y un despertar de la conciencia colectiva.

Con la cuarentena, tenemos hoy la posibilidad de la contemplación, pero uno decide seguir alienado, alimentando las redes sociales y trabajando gratis para Mark Zuckerberg, proceso al que el filósofo surcoreano Byung Chul Han define así:

“Vivimos una nueva servidumbre. Los señores feudales digitales como Facebook nos dan la tierra para que la cultivemos, nos dicen que es gratis y nosotros la aramos como locos. Al final vienen ellos y recogen nuestra cosecha. Esto se llama explotación de la comunicación. Nos comunicamos con los demás y nos sentimos libres, pero estos señores capitalizan la comunicación y los servicios de inteligencia la monitorean de manera muy eficiente. Nadie protesta, aunque vivamos en un sistema que explote nuestra libertad”

Si me preguntan sobre esta pandemia, creo que representará muchas cosas en la historia de la humanidad, entre otras, el fracaso. Vivimos, pensamos y actuamos con unos conceptos anticuados que, no obstante, siguen gobernando nuestro pensamiento y nuestra acción. El lenguaje también fracasa en la misión de informar a las generaciones futuras de los peligros que hemos generado con las nuevas tecnologías. Se abre una grieta que no es política. Esa grieta es la expresión entre el lenguaje de los riesgos cuantificables y el de la inseguridad no cuantificable que estamos creando. Nuestras decisiones como civilización desatan unos problemas y peligros globales que contradicen radicalmente el lenguaje institucionalizado del control.

Otra forma de admitir un peligro global es reconocer el fracaso de las instituciones, cuya legitimidad se deriva de su afirmación de dominar el peligro.

Claro que no solo de pandemia vive el hombre, tenemos también las crisis financieras y las crisis ecológicas. Estas tres dimensiones actuales de peligro nos muestran un modelo común de oportunidades de acción geopolítica. Una vez entendida la mentira de la globalización neoliberal, la promesa de una “aldea global”, nos toca entender de una manera más aguda lo que significa la globalización: comunidad de destino a escala global.

En ese sentido la política internacional se desmorona como terrones de azúcar bajo la lluvia, la eterna lluvia, y nos brinda oportunidades de un nuevo orden multipolar, ya distante del unilateralismo estadounidense o de la nueva bipolaridad chino-americana. Precisamos un orden multipolar, con actores emergentes, como nuestro presidente Alberto Fernández mostrando al mundo como ejecutar políticas públicas con escasos recursos, o los diferentes ejes de integración regional como el desguazado Mercosur.

Claro que toda acción reactiva puede ser considerada un fracaso. Es momento como individuos de manifestar resistencia al orden establecido, al consumismo y al individualismo, y como sociedad política manifestar un comportamiento proactivo, anticiparnos al cambio climático, a la protección de los bosques tropicales, al cuidado del recurso agua y a la firme decisión política de la redistribución de la riqueza.

Y finalizo con estas ideas de re-evolución, refiriéndome una vez más a mi filósofo favorito, ya casi un amigo, Byung Chul Han:

“El virus no vencerá al capitalismo. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”

Participá