Para poder elaborar estrategias de solución a la profunda crisis nacional y global, es primordial hacer una revisión histórica de los procesos y ajustar un lenguaje que nos permita comprender la realidad tal cual es. Debemos también evitar la utilización de teorías simplistas, en particular en cuestiones de desarrollo, donde predominan los enfoques reduccionistas y mecanicistas característicos del pensamiento económico actual.

La noción de desarrollo sustentable cobró relevancia política a partir de la “Cumbre de la Tierra” realizada en 1992 en Río de Janeiro, donde ocupó el centro del debate el informe “Nuestro futuro común”, elaborado cinco años antes por Gro Harlem Brundtland a pedido de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo.

Pero es importante destacar que el concepto de sustentabilidad había sido anteriormente planteado en la década del ´70 bajo el nombre de “ecodesarrollo”, muy ligado por cierto a los procesos que se desarrollaban por entonces en Latinoamérica. Este término comenzó paulatinamente a ganar fuerza conceptual y política, quizás por el hecho de intentar vincular lo ambiental con la pobreza de los países subdesarrollados. Fue entonces que Henry Kissinger, jefe de la diplomacia estadounidense, “sugirió” la remoción del término de la escena política internacional. Recordemos que en aquella década, la problemática ambiental se presentaba para los países industrializados como un problema exclusivamente de contaminación y de agotamiento de los recursos naturales.

Posteriormente, durante la década del ´80 se consolidó la utilización del término “desarrollo sostenible” mucho más aceptado por los economistas adherentes al neoliberalismo monetarista que tienden a confundir desarrollo con crecimiento. Para que exista desarrollo es necesario elevar la calidad de vida de las personas y los cuidados ambientales, mientras que el crecimiento se vincula exclusivamente con la acumulación de bienes y servicios. Se mantenían así las reticencias para vincular los problemas ambientales con los del subdesarrollo.

Llegamos entonces a la década del ´90 y la noción de sostenibilidad se polariza entre dos planteos que representan paradigmas diferentes: la sostenibilidad débil, mantenida por economistas que avalan la sustitución de capital natural por capital financiero (en otras palabras, esto significa que con billetes se puede reparar el ambiente) y la sostenibilidad fuerte, defendida por ecologistas y científicos (apoyados en el hecho de que la mayoría de los daños ambientales son irreversibles).

No es sutil esta discusión, ya que desde la perspectiva de la sostenibilidad débil, los países pobres se transforman en enemigos del ambiente y en cambio los países ricos son los benefactores mundiales de la naturaleza.

De todas maneras, ambas corrientes coinciden en que no existe verdadero desarrollo sin mantener las bases materiales sobre el que éste se sustenta.

En la actualidad, ya muy cerca de la realización de la Cumbre “Río + 10” en Sudáfrica, pareciera que se han limado algunas diferencias y la aceptación de principios comunes acerca del desarrollo se han generalizado, evitando enfrentamientos dialécticos estériles.

A pesar de las numerosas aproximaciones conceptuales diferentes, la idea de sostenibilidad aún no queda perfectamente definida, pero por oposición, sí se puede ver muy claramente la insostenibilidad del sistema actual.

La idea de crecimiento económico con la que trabajan los economistas actualmente, se encuentra desvinculada del medio físico. Es importante entonces colocar a la economía en su lugar original, el de las ciencias sociales, y profundizar el conocimiento de la interacción entre los procesos económicos y el medio ambiente en que se desenvuelven.

Por Germán Santía.

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