“La ciencia de la historia nos deja en la incertidumbre respecto de los individuos. Sólo nos revela  los aspectos que los relacionaron con las acciones generales (…) El arte es todo lo opuesto a las ideas generales: sólo describe lo individual y no desea más que lo único. No clasifica, desclasifica”.

Marcel Schwob

Una efeméride siempre es una ocasión para la memoria y la reflexión. Este octubre 2017 se cumplieron cien años de la revolución bolchevique. Y en este caso, por tratarse de un hecho histórico tan trascendental, las posibilidades de análisis son prácticamente infinitas. En línea con el epígrafe del autor de Vidas imaginarias, prefiero dejar a un lado las ideas generales y adoptar un punto de vista particular: el de la literatura.

Estatua derribada de Nicolás II

Si el discurso histórico es un discurso escrito por el poder, la literatura es el discurso de la subversión. Por esta razón autores como Isaak Babel, Víctor Shklovski o Boris Pasternak han resultado tan difíciles de aprehender por los diferentes poderes de turno.  

La relación entre arte y política es por demás compleja y fascinante. En el centro del debate está la cuestión de la autonomía del arte. La revolución rusa por supuesto no inaugura este debate, que es tan antiguo como la misma literatura, pero lo reactualiza de un modo dramático.

Trotski y Tolstoi: el arte y la esfera social.

En 1924, en la Introducción a Literatura y revolución, texto escrito al fragor de los primeros años de la revolución soviética, León Trotsky escribe:

“Es ridículo, absurdo y hasta estúpido en el más alto grado pretender que el arte permanecerá indiferente a las convulsiones de nuestra época. Los acontecimientos se preparan por los hombres, se realizan por los hombres y reinfluyen a su vez sobre los hombres y los hacen cambiar. El arte, directa o indirectamente, refleja la vida de los hombres que hacen o viven los acontecimientos. Esto es verdad de todo arte, desde el más monumental hasta el más íntimo”.

Trotsky está polemizando, entre otros, con la escuela de los formalistas rusos y más personalmente con Víctor Sklovski, a quien considera su jefe y principal mentor. Sklovski, cuyos escritos teóricos serían introducidos muchos años después en occidente por Tzvetan Todorov para constituirse en un clásico de la teoría y crítica literaria moderna, había afirmado:  El arte ha sido siempre independiente de la vida y su color no ha reflejado nunca el color de la bandera que ondeaba sobre la fortaleza de la ciudad”.

Antes, hacia el final de su vida, cuando era no sólo el mayor escritor vivo de Rusia, sino toda una celebridad a nivel mundial, León Tolstoi publica ¿Qué es el arte?, una serie de ensayos donde se interroga sobre la naturaleza del arte. Despliega en este libro una serie de críticas severas a la concepción del arte por el arte, para concluir abonando la teoría de un arte no autónomo sino orientado hacia un fin: el mejoramiento de la humanidad. En su caso, el humanismo de Tolstoi está atravesado por profundas convicciones religiosas ligadas al cristianismo. Desde esta tan personal concepción, el anciano Tolstoi no sólo apostrofa como decadente a la mayor parte del arte occidental sino que llega a renegar incluso de sus propias obras de juventud.

Así, desde posiciones ideológicas totalmente distintas, Trotski y Tolstoi se rebelan contra la idea del arte como fin en sí mismo y postulan la necesidad de algún tipo de relación entre éste y la esfera social, ya sea religiosa o política. En el marco de un proceso revolucionario tan drástico como el ruso, esta dicotomía en torno a la función del arte se volvió más tajante y puso a los artistas –escritores, músicos, pintores-  en un lugar incómodo y peligroso.

León Trostky
Leon Tolstoi

Isaak Babel: el escritor forajido

La figura del escritor judío de origen ucraniano Isaak Babel es paradigmática en este sentido: simpatizante primero de la revolución y luego del régimen soviético, intentó toda su vida defender los fueros de su literatura haciendo frente a múltiples presiones, siempre corriéndose, desmarcándose, poniéndose fuera de la lógica maniquea imperante en cada momento de la historia. 

Isaak Babel es el escritor forajido mencionado en el título.

Una aclaración: la acepción más usual de “forajido” es la de delincuente o persona que está fuera de la ley. Pero en su sentido etimológico es una contracción de fuera exido, salido fuera. Esta última -aunque la primera no le será tampoco ajena, como veremos- es la significación preferida para Babel: alguien que decide salir afuera por propia voluntad, que resiste las etiquetas y normatividades.  Alguien que, ante la coerción, elige la intemperie:

“En noviembre me ofrecieron el cargo de oficinista en la fábrica Obujov. El puesto no era malo, eximía de la obligación del servicio militar. Rehusé ser oficinista. Ya en aquel tiempo –a los veinte años de edad- me había dicho a mí mismo: más vale el ayuno, la cárcel, el vagabundeo, que estar diez horas al día sentado tras la mesa de una oficina. No había mucho coraje  en este voto, más no lo infringí ni lo infringiré. La sabiduría de mis antepasados moraba en mi cabeza: hemos nacido para disfrutar con el trabajo, con las riñas, con el amor, hemos nacido para esto y nada más.” (De su cuento “Guy de Maupassant”)

Quien publicó sus primeros relatos a Babel fue el luego célebre Máximo Gorki, en 1916. Por estos cuentos  fue procesado bajo los cargos de intento de “derrocar al régimen establecido” y “pornografía”. Como se ve, desde el mismo comienzo, los diferendos con la ley acompañaron la carrera literaria de Babel.  Afortunadamente para el joven escritor, en febrero de 1917 estalló la revolución que derrocó al zar (preludio de la revolución socialista de octubre) y el juicio en su contra nunca llegó a celebrarse.

En el cuento “El despertar” relata su iniciación en la escritura de la mano de un personaje llamado Nikítich, quien al leer sus primeros esbozos reconoce en el pequeño Babel “una chispa divina” y lo conmina a salir a la naturaleza: “El hombre que no viva en la naturaleza como viven en ella una piedra o un animal, no escribirá en toda su vida dos líneas que valgan la pena…”

Similar consejo le dará Gorki años más tarde y Babel lo seguirá al pie de la letra: “Durante siete años –de 1917 a 1924- estuve por el mundo. (…) Y sólo en 1923 aprendí a expresar mis pensamientos con claridad y sin demasiada extensión. Entonces me puse de nuevo a escribir”.

Lo que escribió fueron los magníficos “Cuentos de Odessa”, que pueden leerse asimismo como una genealogía. Personajes como Benia Krik, Reb Arie-Leib, Froim Grach y otros habitantes de la Moldavanka (el barrio bajo portuario de la ciudad ucraniana de Odessa) junto con miembros de su propia familia (“mi loco abuelo Mevi-Itsjok” y el impresentable tío Simón-Volf del cuento “El sótano”, el tío abuelo Choil de “Historia de mi palomar”) configuran un peculiar árbol genealógico poblado de rufianes, aventureros, mentirosos, sacrílegos y desertores. Babel se incorpora e inscribe así  la figura del escritor en la serie familiar de los forajidos y los excéntricos.   

Isaak Babel junto a su nieta
Isaak Babel
Isaac Babel, 1933.

Partidario de la revolución, Babel fue enviado como corresponsal de guerra a cubrir el frente polaco del Ejército Rojo. Fruto de esta experiencia son los relatos de Caballería Roja, que le trajeron tanta fama como dolores de cabeza. Los cuentos son breves obras maestras cuyo fulgor poético aún perdura, pero en ese momento los generales del ejército pusieron el grito en el cielo y acusaron a Babel de “contrarrevolucionario”. Nuevamente, fue Gorki quien salió en defensa de Babel y la sangre no llegó al río.

En aquellos años, el Partido Comunista no se había adherido aún a ninguna tendencia artística concreta. Eran tiempos de efervescencia y eclosión tanto en la vida política como en el campo del arte.

En 1921, Lunacharski, ya en el cargo de Comisario del Pueblo para la Educación, había publicado un artículo titulado “La libertad del libro y la Revolución” en el que afirmaba que nunca puede olvidarse una clara y elemental verdad:  a la tesis de que el fin justifica los medios ha de añadirse “excepto cuando los medios destruyen el fin”.

A partir de 1924, con la muerte de Lenin las cosas comenzarían a cambiar, y terminarían de hacerlo con el ascenso de Stalin a la cima del Politburó. La expulsión de Trotsky de la Unión Soviética en 1929 y el establecimiento del Realismo Socialista como estética de estado terminaron de configurar un cuadro de situación que resultaba asfixiante para un escritor como Babel y a la postre acabaría con él.   

Lenin y Stalin en Gorki 1922

No obstante, por sus convicciones, Babel seguía apoyando los lineamientos originales de la revolución; y, por sus obras ya consagradas, seguía ocupando un lugar de relevancia entre los escritores soviéticos, aun en el extranjero.

En 1934, nuestro Jorge Luis Borges escribe una reseña sobre Babel donde destaca “la musicalidad de su estilo” y agrega: “Uno de los relatos (de Caballería Roja) –‘Sal’- conoce una gloria que parece reservada a los versos y que la prosa raras veces alcanza: lo saben de memoria muchas personas”.

La clave de la música de Babel que destaca Borges está en la puntuación. En el ya citado cuento “Guy de Maupassant” el personaje que interpreta Babel se refiere al estilo como “un ejército de palabras en que se manejan toda clase de armas”, y sentencia: “No hay hierro que pueda penetrar de forma tan fulminante en el corazón humano como un punto colocado a tiempo”. De igual modo que en la oralidad el sentido se encuentra en la entonación y en las inflexiones de la voz, en la escritura el sentido se distribuye mediante la puntuación. La puntuación configura un ritmo, una respiración, que se constituye como un tono de la escritura. A veces la puntuación desmiente a las palabras generando el efecto de la ironía. Otras veces otorga un matiz  poético a palabras en sí mismas prosaicas. La puntuación escande y esparce el sentido, como semillas sobre tierra labrada.  

Isaak Babel y Boris Pasternak, por mediación de André Malraux, fueron invitados en el año 1935 a un Congreso Antifascista en París. Cuando le tocó su turno de hablar, Pasternak dijo: “tengo entendido que esta es una reunión de escritores para organizar la resistencia al fascismo. Sólo tengo una cosa que decir sobre esto. No os organicéis. La organización es la muerte del arte. Sólo cuenta la independencia personal. En 1789, en 1848, en 1917, los escritores no se organizaron en pro ni en contra de nada; os lo imploro, no os organicéis”. Babel y su concepción de la literatura, rubricaban por entero las palabras de Pasternak.

El forajido: el condenado.

Malversando la advertencia de Lunacharsky, la revolución fue perdiendo el rumbo hasta caer en gulags y purgas, palabras que llevan para siempre el sello de Stalin. Pasternak se salvó de milagro y luego el Nobel le sirvió de salvoconducto para sobrevivir. Babel no tuvo tanta suerte. El 15 de mayo de 1939 fue detenido y no se supo más de él por mucho tiempo. Recién en 1954, tras la muerte de Stalin, se revisó su proceso y fue rehabilitado de toda culpa y cargo. Tarde, demasiado tarde. Babel había sido fusilado en marzo de 1941. (Al año siguiente, un esbirro del régimen asesinaría a Trotski en su exilio mexicano).  

En una bella semblanza biográfica de Babel, seca y conmovedora, fiel a su estilo, Sklovski relata su último encuentro, en 1937, en Yasnaia Polaina: “Babel marchaba cabizbajo, tranquilo, hablaba de cine; parecía muy cansado, hablaba con tranquilidad y no acertaba a ligar, a decir hasta el final lo que ya comprendía”.

Cabe pensar que Babel lo comprendió todo desde el principio. En cada uno de sus personajes habló de sí mismo. Debió saber que el lugar del escritor como el del forajido es también el del condenado.

Revolución, ideas y arte: una memoria luctuosa.

De los hechos históricos relacionados con el desarrollo y final de la revolución rusa parece dimanar una memoria luctuosa que, sin dejar de ser inobjetable, no le hace entera justicia. O al menos no hace justicia a las ideas que originaron y llevaron adelante la revolución. La teoría marxista más ortodoxa concibe al arte como parte de una superestructura en dependencia directa de la estructura material y económica de una sociedad. Elemento en función de una base.

Es muy difícil que en una discusión un contrincante otorgue la razón al otro. Al calor de la polémica, los ánimos se exaltan y demasiado a menudo los puentes de la comunicación y la comunión se rompen. Ahora que ha pasado suficiente tiempo, hoy, que el mercado y los medios masivos de comunicación se calzan un sayo de “estructura” que ni Marx ni Engels jamás se atrevieron a soñar, no parece que hubieran estado tan lejanos y enfrentados los puntos de vista y argumentos de los otrora adversarios. No podemos, ya, lamentablemente, sentar a una misma mesa a Trotsky, a Babel, a Tolstoi y a Sklovski. Si no, qué jugoso programa prime time sería.

Pero sí podemos volver a sus obras, a revisitar sus postulados, a disfrutar de su literatura y su enjundia, de la luminosidad de sus ideas. Para revisar nuestras propias ideas, las de hoy. Ver con los ojos de ayer nuestra realidad actual, la más crasa, la que bajo el peso de una nueva ortodoxia –más superficial y banal, no menos dañina- nos aqueja y abruma. Sería un saludable ejercicio. Encontraríamos, seguramente, alivio y razón, vindicación y fe para enfrentar el futuro.

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